PECES BARBA Y EL HORROR VACUI
Lugar: Arvo.net,
Fecha: 26.06.08
Pues mire, ha sido nada menos que un catedrático español de Derecho, Rector de Universidad, con muchos otros títulos que ahora vendrían a cuento pero no vale la pena gastar tiempo en ello. Su nombre es Gregorio Peces Barba. ¿Qué cómo es posible que este señor profiera semejante desatino? Ignorante no es, ni analfabeto. ¿Dictador?
En el poder ejecutivo, no. Ideólogo del poder sí es. Reconozco que sus terceras de ABC nunca he conseguido entenderlas, quiero decir desde el punto de vista lógico. Porque su argumento no es lógico. Tampoco es sofístico. El sofisma es un recurso retórico mediante el cual –recordamos a Gorgias y Protágoras-se intenta convencer de una falsedad con argumentos aparentemente concluyentes. Pero Peces Barba no es un filósofo, porque no utiliza la lógica racional. Tampoco es un sofista porque no utiliza el sofisma (apariencia de verdad). No sabría cómo calificar su discurso. Si tengo que ser sincero, y considerando bien que no debo ni puedo entrar, como puede Dios, en su conciencia, me causa horror intelectual: el horror vacui del que hablaron ya los antiguos. El vacío produce horror. La nada no, que nada es. Pero una persona que ha alcanzado el estatus intelectual del señor Peces Barba, que debe de ser una bellísima persona –no lo conozco personalmente- y buen amigo de sus amigos, intelectualmente, entiéndaseme bien, me causa horror.
¿Cómo vivirá interiormente su propio vacío el señor Peces Barba? Es una cuestión que hace muchos años me he planteado. A todo se puede acostumbrar uno. Pero si por una rara casualidad se encontrara con esta mi modesta reflexión, mi consejo sería que no desespere. Muchos intelectuales famosos y conocidos universalmente como agnósticos o ateos radicales, al final de su vida han visto la luz en medio de su horror. Han tomado consciencia del horror vacui y han despertado a la luz. Me vienen al recuerdo Albert Camus, a punto de bautizarse antes de su muerte, e incluso Jean Paul Sartre, reconociendo en el lecho terminal, ante la desolación de sus fieles ateos, que el hombre –él, por consiguiente- no podía ser tan solo una mota de polvo en un cosmos lleno de vacío.
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