06 octubre 2008

116/08: Psicología del Niño Malcriado

SOCIEDAD MODERNA Y LA PSICOLOGÍA DEL NIÑO MALCRIADO

Acaba de salir la primera edición en España de un clásico absoluto de la ciencia política contemporánea. “Las ideas tienen consecuencias” de Richard M. Weaver. En palabras de su autor, Richard Weaver, durante aproximadamente cuatro siglos, el hombre ha creído que su redención dependía de que supiera conquistar la naturaleza. Debe de ser por ello que el hombre moderno piensa que el cielo no es más que espacio y tiempo y, como puede verlo todo a través de su gran linterna mágica, cree que la redención es cosa fácil de obtener. Su comportamiento explica la psicología de las masas urbanas, que es psicología de un niño malcriado.

Extractamos una parte del libro “Las ideas tienen consecuencias” recién publicado en España por editorial Ciudadela.

Los científicos lo han llevado a creer que no hay nada que no pueda saber, los falsos propagandistas le han dicho que no hay nada que no pueda poseer. Como el principal propósito de los segundos es aplacar, se le han dado suficientes motivos para pensar que basta con reclamar y quejarse para obtener lo que se le antoje, en lo que no pasa de ser una faceta más del imperio del deseo.

Al niño malcriado no se le ha enseñado a comprender que puede existir alguna relación entre esfuerzo y recompensa. El niño quiere algunas cosas, pero tener que pagar por obtenerlas es manifiestamente un abuso o una expresión de mala fe por parte de sus dueños. Este escollo lo supera (…) gracias al engaño (…)

Al igual que sus ancestros, tiene que enfrentarse a dificultades, pero como esto es algo que no figuraba en el contrato original, sospecha la intervención de una mano maligna y se da a la infantil tarea de culpar a otros individuos de cosas que son inseparables de la condición humana.

La verdad es que nunca se le ha enseñado a saber en qué consiste ser un hombre. Nadie le ha dicho que es el producto de la disciplina y la formación, y que debería agradecer el estar sometido a exigencias que lo obligan a crecer; éstas son ideas de las que desertaron los libros de texto con la llegada del Romanticismo. El ciudadano actualmente es hijo de unos padres indulgentes que satisfacen todos sus caprichos e inflan el ego hasta incapacitarlo para cualquier forma de lucha. (…)

Estos son hechos comprobables en cualquier sociedad, pero en la nuestra presentan un vicio añadido, por mor de la extensión de la ciencia. Si las ciudades fomentan en el hombre la creencia de que es capaz de sobreponerse a las limitaciones de la naturaleza, la ciencia le inculca la ilusión de que puede librarse del esfuerzo.

De hecho, la lección que el hombre aprende en esta escuela es que el mundo está en la obligación de garantizarle la vida a la que cree tener derecho, y le resulta más fácil aprenderla cuando además se le hace creer que la ciencia le facilitará esa tarea. La ciudad lo protege y la ciencia le da de comer: ¿qué más puede pedir un utilitarista? ¿Y qué otra lección puede extraer el hombre, como no sea la de que el trabajo es una maldición que conviene posponer todo lo posible, hasta que la ciencia descubra cómo erradicarla?

La maldición originaria desaparecerá el día en que el hombre ya no tenga que ganarse el pan con el sudor de su frente, y la publicidad se encarga de decirnos que ese día no está lejos.

Es difícil imaginar parte de defunción más claro de la idea de misión. Los hombres ya no se sienten llamados a actualizar su potencial, nada hay en su horizonte capaz de evocar remotamente las metas laborales que se ponían los constructores de catedrales.

Y sin embargo, mientras sean incapaces de proponerse algo comparable a esas metas, lo que nos aguarda es un autocomplaciente derroche de halagos y denuestos, probablemente rematado con alguna enfermedad real. Ahora que la religión ha sido convenientemente emasculada, sólo la profesión médica parece recordarnos la sabia y vieja verdad de que el trabajo es nuestra mejor terapia.

Fuente: Temas y Noticias

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