HOMENAJE DE ROMA AL PAPA DE LA RAZÓN
Anclado en el Evangelio, comprometido con su tiempo
Y el Papa salió al balcón. Más de doscientas mil personas lo aclamaban, pero él, con esa sonrisa tímida y esa palabra tan eficaz como delicada, les pidió a todos callar: queremos rezar juntos, no conviene que demos de lado la oración. Sólo una vez rezado el Ángelus, la oración que recuerda cada día que el Misterio hecho carne ha acampado en la historia de los hombres, el Papa de las luces (como le ha llamado un periodista laico) se refirió a los acontecimientos de La Sapienza.
De la boca de Benedicto XVI no salió una sola palabra contra sus violentos detractores, ni tampoco una defensa articulada de las posiciones que no pudo exponer en La Sapienza. Tan solo una evocación cariñosa hacia la Universidad, ese ámbito en el que se ha forjado buena parte de la experiencia humana de Joseph Ratzinger, y que debe ser un espacio definido por la búsqueda de la verdad y el diálogo franco y respetuoso de las recíprocas posiciones. Y al final una recomendación a los miles de estudiantes y profesores presentes en San Pedro: "os aliento a todos a respetar siempre las opiniones de los demás y a buscar, con espíritu libre y responsable, la verdad y el bien".
Nunca se ha podido decir más, en menos palabras. La plaza estaba radiante bajo un cielo lleno de sol y la multitud aclamaba con hondura, sin falsa excitación, pero Benedicto XVI no quiso recrearse en la suerte; no es, ciertamente, su carácter. Lo que quería decir a La Sapienza está ya en todas las tribunas del mundo, y hasta un laicista extremado y sarcástico como Darío Fo ha reconocido que ese discurso merecía haber sido acogido en las aulas de la vieja universidad romana.
Y es que la plaza de San Pedro no ha sido sólo el escenario del abrazo del pueblo cristiano con su padre atacado, sino también el ágora de un bello abrazo del mundo católico con lo mejor del mundo laico italiano, que ha reconocido en Benedicto XVI a un interlocutor secretamente esperado. Uno de los exponentes más lúcidos e independientes de ese mundo, el ex comunista Giuliano Ferrara, ha escrito en el diario Il Foglio un precioso artículo titulado Aquel profesor y Papa de la razón, a disposición de su tiempo. Esa disponibilidad hacia el tiempo en que le ha tocado vivir, se manifiesta según Ferrara en el empeño del Papa Ratzinger de discutir sobre Estado y laicidad, sobre ética y ciudadanía, sobre ciencia e historia, sobre las raíces y el futuro de Europa, con toda clase de interlocutores, ofreciéndoles una ayuda inesperada en una época en que progresivamente se vacía el significado de vivir y de convivir. Ponerse a disposición de su tiempo, advierte Ferrara, sin dejarse devorar por él; acompañar con coraje y lucidez el aire de esta época, contrastándolo al mismo tiempo con la certeza perenne del Evangelio: ahí tenemos el retrato de Benedicto XVI, dibujado por un hombre que ha atravesado todas las tormentas ideológicas de los últimos cuarenta años y que aún continúa buscando.
Leyendo el discurso de Benedicto XVI dirigido a La Sapienza resulta fácil evocar la figura de Pablo en el Areópago de Atenas. Como el apóstol de las gentes, el Papa ha aceptado exponerse ante un auditorio en el que se mezclan la apertura y la sorna, la dureza de corazón y la seriedad humana, el drama y la frivolidad. Tras escuchar a Ferrara vemos que merecía la pena. La Iglesia no puede encerrarse tras la muralla sin traicionar su propia vocación, y por eso tiene que salir continuamente al encuentro de la razón y de la libertad del hombre de cada época, aun a riesgo de ser escarnecida y vituperada, como lo fue Pablo en la Atenas satisfecha de su saber y su poder. Sin embargo, el testimonio de Pablo plantó los cimientos de una amistad indestructible entre fe cristiana y filosofía.
Como subraya con vigor el Papa, el cristianismo no es la vía de escape para los deseos insatisfechos, sino el testimonio de un Dios que es Razón creadora, y al mismo tiempo, Razón que es Amor. El gran peligro del mundo occidental hoy es precisamente la autocomplacencia en su saber y su poder, que le empuja a despreciar la cuestión de la verdad. Y sin embargo siempre habrá hombres y mujeres que no acepten esa terrible mutilación, que peregrinan buscando en medio de la niebla para salir del laberinto del nihilismo. Quiera Dios que puedan encontrar el abrazo de una Iglesia que no teme compartir con ellos el camino de la vida, como nos ha enseñado Benedicto XVI.
Por José Luis Restán
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