Nací -hace ya 29 años- en una familia que no cree en Dios. Mis padres estaban bautizados y se casaron en la Iglesia, pero, en realidad, no tenían fe. Decidieron no bautizarme, y nunca me hablaron de Dios.
Tengo una familia maravillosa, no puedo quejarme, siempre me ha querido y cuidado y, sin saberlo, me educaron con valores muy cristianos. Aún así, hoy veo que, al faltar la fe, vivíamos demasiado encerrados en nosotros mismos. Es lógico: no había nada que nos impulsara a salir de nosotros mismos con gratuidad. [...]
Cuando tenía 9 años nos mudamos a Madrid. Fue un poco difícil llegar a una nueva ciudad, un nuevo barrio, un nuevo colegio... De hecho, apenas hice amigos y pasaba el tiempo perdiéndolo en casa con la tele y el ordenador. Allí tenía a mi hermano, que es tres años menor que yo, y con eso me conformaba.
Aburrido entre semana, con la familia en sábado y domingo
Mis padres trabajaban mucho y estaban muy poco tiempo con nosotros durante la semana; eso sí, el fin de semana aprovechaban para dedicarnos todo su tiempo, y tengo muy buenos recuerdos de todas las excursiones que hacíamos. No parábamos.
Pasé algo más de un año así: aburrido durante la semana y relacionándome sólo con mi familia. Necesitaba otra cosa, pero no sabía qué, porque nunca había probado otra cosa. Habría acabado siendo el personaje más aburrido del planeta de no ser porque Dios tenía una sorpresilla preparada.
Batallitas de padre scout
De repente, un día mi padre se puso a hablar de lo bien que se lo pasaba cuando estaba en un grupo scout en Bélgica, donde vivió algunos años; no hacía más que contar aventuras y, claro, eso a mi hermano y a mí nos llamaba muchísimo la atención. ¡Aventuras! Enseguida le dijimos que nos apuntara a un grupo de esos.
Y resulta que en la parroquia que estaba al lado de mi casa había un grupo scout. De hecho, mi padre nos habló aquel día de los scouts de su infancia porque vio a los de aquella parroquia jugando en un parque cercano. Nos apuntó allí creo que sin saber muy bien que aquel grupo era seriamente cristiano. Aquella decisión cambió mi vida para siempre.
Imaginaros la situación: un niño de 10 años que sólo sabe de Dios de oídas, se mete en una parroquia y empieza a ver novedades por todas partes. ¡Todo es fascinante! Entrar en la manada fue toda una aventura, era entrar en un juego que duraba toda la vida y en el que yo era un personaje protagonista: el lobato, Akela, Bagheera, el hermano gris...
“¿Quién será ese tal Jesús?”
Pero no fue sólo el juego lo que me fascinó. Resulta que al inicio de cada reunión se recitaba una especie de poesía a un “señor” que yo no sabía quién era. Se trataba de la oración de san Francisco de Asís y se dirigía a Jesucristo. Aquello sí que fue todo un descubrimiento: ¿quién será ese tal Jesús? Como yo era un niño muy callado y tímido, no preguntaba mucho, sólo me limitaba a recibir lo que me quisieran explicar.
Pero llegó el día de hacer la promesa del lobato y, claro, para hacerla había que estar bautizado. Cuando me preguntaron si estaba bautizado yo no tenía ni idea de qué era eso, así que no sabía si lo estaba o no lo estaba. Pregunté en casa y “descubrí el pastel”. No estaba bautizado.
Entonces sí que empecé a preguntar cosas: ¿qué es eso del bautizo? ¿para qué sirve? Mis jefes de manada fueron explicándome muchas cosas y así, poco a poco, fui descubriendo a Dios. Recuerdo que lo primero que aprendí es cuando mi Akela me explicó qué era rezar y por qué se hacía la señal de la cruz.
Descubrir la comunión y la comunidad
Me bauticé con 12 años y desde ese momento, jugando y viviendo la aventura scout, fui descubriendo más y más a Dios.
Luego vino algo más difícil: enterarme de qué era eso de la “comunión”. Los scouts no son un grupo de catequesis, sino que viven su fe en sintonía con su aventura. Dios no es algo ajeno al escultismo, sino que forma parte de él.
Ser un auténtico scout es como ser un cristiano aventurero, estar en un grupo scout es estar en una comunidad cristiana. Así que, para poder ser un buen scout, necesitaba ir a catequesis y aprender más en profundidad sobre Dios, hacer la comunión, porque, si no, no podría serlo. Yo lo que quería era ser como mis jefes, ellos eran mi modelo a seguir, y ellos iban a misa, comulgaban, rezaban... y estaban siempre alegres, eran serviciales, simpáticos, sabían hacer un montón de cosas divertidas, nos enseñaban un montón de técnicas y juegos... La mentalidad de un niño de 12 años no da para hacer muchas teologías, así que mentiría si dijera que lo que deseaba era amar a Dios, convertirme, renacer en Cristo... No. Lo que yo quería era ser como mis jefes. Imaginad, pues, lo importante que es que un jefe scout sea un cristiano convencido y coherente, en él se fijan todos los chicos que tiene a su cargo, él es su modelo. De poco sirve ser un campista especializado y saber técnicas de supervivencia. Eso sólo sirve para pasarlo bien un rato. Lo que realmente es importante es lo que hay detrás, el por qué, lo que deja huella para toda la vida. Amar y servir El scout no acampa sin más, sino que, como dice la ley scout, ama la obra de Dios, disfruta de ella, la tiene como tesoro, como un regalo impagable. Eso es lo que queda para toda la vida, eso es lo que hace a uno scout de verdad: cristiano. No hay más que releer con esta visión la Ley scout y uno se da cuenta de que todo lo que en ella se dice es consecuencia ineludible de la fe: en el scout se puede confiar, es leal, servicial, ama a todos, es cortés, reconoce la obra de Dios, sabe obedecer y no dejar las cosas a medias, está siempre alegre, no desperdicia ni descuida las cosas, y es puro. Bueno, el caso es que hice la comunión al año siguiente, después de empezar a ir a catequesis en otra parroquia. Ya estaba en la tropa. En los scouts disfrutaba y vivía la fe, y en la catequesis aprendía sus contenidos. Sin darme cuenta iban pasando los años y mi fe iba madurando. Ya no quería sólo imitar a mis jefes: estaba empezando a amar a Dios por lo que era, estaba empezando a tener experiencia de Dios, a encontrarme con Él. Otro momento importante fue cuando entré en el Equipo Piloto. [...] Al “siempre alerta” de la tropa le faltaba el “para qué”. ¿Para qué había que estar siempre alerta? ¡para servir! Aquello me encantó, aquello sí que me fascinó. No sabría decir muy bien por qué, pero mi corazón no dejaba de sentirse siempre inquieto y atraído hacia esa dichosa palabra: servir. "Un altar en el bosque hecho con mis manos" Tiempo después, cuando llegaron los días de discernimiento, me vino a la cabeza una imagen que no se me ha borrado y se repite continuamente: me vi celebrando la Eucaristía en un campamento perdido en lo profundo de un bosque, en un altar hecho con mis propias manos, y con una pañoleta sobre la casulla. Mi deseo no era sólo ser sacerdote, sino ser sacerdote scout. Hoy mismo estoy dando un “sí” definitivo al Señor, estoy haciendo nueva mi antigua promesa scout de servir a Dios y a la Iglesia, esta vez con todo mi ser, con toda mi alma, con todo mi entendimiento... y para siempre. Sed fieles, rezad por mí. Fuente: forumlibertas
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