Cultura para la libertad: recobrar una curiosidad profunda
La revolución cultural de los 60 destruyó mucho y no construyó nada; el reto de la cultura hoy es recuperar lo clásico.
Un prolífico escritor fallecido en 1953, Hilaire Belloc, en uno de sus libros, La prensa libre, polemizaba sobre temas de actualidad, se mostraba crítico con el orden establecido y con lo políticamente correcto, y esgrimía argumentos contundentes sobre los problemas de principios del siglo XX y las posibles soluciones, porque a grandes problemas, grandes soluciones.
Era un provocador con un gran sentido de la realidad y con una sensibilidad exquisita para predecir proféticamente los acontecimientos, porque pensaba que la persona humana cambia las circunstancias pero no cambia demasiado en su interior.
Criticaba el poder de los medios de comunicación como verdaderos dueños del Estado y como dictadores de las conciencias de los ciudadanos, y proponía una prensa libre y preparada, unos medios de comunicación que educaran a la población, creando opiniones y discusiones profundas sobre las situaciones y problemas que preocupan a los hombres. En este contexto podemos situar esta reflexión sobre la importancia de la educación y sobre la defensa de la libertad.
Los Estados intervienen más que nunca
Nunca se había hablado tanto de los derechos individuales y de las libertades como hoy, y nunca los Estados y sus respectivos gobiernos habían intervenido tan directamente para controlar esa libertad. El ejemplo más evidente está en el mundo de la educación. Se confunde la enseñanza, el simple transmitir conocimientos, con educar, con la formación de la personalidad, la autonomía de la persona hacia sus objetivos, y la ayuda que esa persona recibe para hacer ese camino en busca de su felicidad.
Se habla de la necesidad de vivir para ser, pero se prepara para vivir para tener. Parece que el pragmatismo lo invade todo, y que el valor de lo que pensamos y hacemos está en su utilidad inmediata. Eso no es educar.
Las causas de esta contradicción son muy claras; el problema comienza desde el Renacimiento y se desarrolla en el siglo XVIII, cuando el racionalismo mal interpretado, elimina de la persona humana toda capacidad que no sea racional, y aplica al hombre la condición de ser autónomo, un nuevo humanismo por encima del bien y del mal, un humanismo lleno de subjetivismo, en el que los límites se definen a gusto del consumidor.
Algunos analistas han llamado a todo este proceso de varios siglos, la crisis del hombre europeo, la crisis de Occidente, una falta de referencias que nos permiten seguir adelante.
En el ámbito educativo, estos problemas se acentúan porque el Estado y las instituciones se enfrentan entre sí para defender, y a menudo imponer, su modelo de persona y de sociedad. Dicen que quien controla la enseñanza hoy, controla la sociedad de mañana. No falta razón a esta afirmación.
Aunque convendría profundizar largamente en estas observaciones, es adecuado presentar un conjunto de soluciones, reales, posibles, que tenemos entre las manos y que a menudo olvidamos, porque de ser tan obvias, no las sabemos ver.
La causa: una revolución desmitificadora
La degradación progresiva de la escuela y de la cultura en general, literatura, arte, música, han sido el resultado de un proceso revolucionario y desmitificador, que tuvo sus modelos en los años 60, con los movimientos estudiantiles, apoyados por grupos de intelectuales, que pretendieron acabar con todo sin poner nada a cambio.
Se ha abusado de la didáctica y se ha abandonado el estudio y la cultura del esfuerzo. Se ha impuesto una visión igualitaria, absurda, que premia la vulgaridad e iguala en la inutilidad, como si el destacar por méritos propios fuera negativo y atentara contra la vulgaridad de los demás.
Y se han perdido los puntos de referencia, los clásicos, pero no sólo los clásicos de Grecia y Roma, sino los modelos de referencia de todas las épocas. Hay que seguir la tradición para explicar el presente y avanzar hacia un futuro mejor, no la tradición como nostalgia inútil del pasado que ya fue.
La solución está en escribir, leer y pensar; en recuperar el sentido de lo que hacemos, el plantear objetivos claros y en ayudar a los jóvenes a seguir adelante, porque si los adultos no se implican en el proyecto, los jóvenes, por sí solos, no podrán hacer el camino.
En los últimos tiempos parece declarada una guerra contra la literatura, el arte y la música, y sobre todo, contra la historia, convertida en mito y en símbolos en manos de los políticos, no como maestra de la vida.
Se ha pervertido el lenguaje para pasar a una post-modernidad vacía de contenido, sin mensajes, y sin significado. Un mundo nihilista y pragmático que elimina todo lo que se debe conservar, toda tradición como punto de referencia, y convierte la cultura en un testimonio de problemas personales, cuando los autores clásicos, son “clásicos” porque presentan las pasiones humanas, el drama y el gozo de la existencia, muy próximos a nosotros, y muy reales. Hoy, la cultura de consumo, no presenta nada, solamente el éxito editorial y la popularidad.
Educar para ser, recuperar lo clásico
Ese es el camino a seguir: educar para ser, recuperar lo clásico como referencia, marcar objetivos y realizar el esfuerzo para llevarlos a cabo, enseñando a los jóvenes que ese camino vale la pena, y que la verdadera felicidad está en la verdad de lo que se propone y de lo que se sigue.
Siempre el mismo guión, el hombre en busca del sentido, encontrar el sentido de la propia existencia, abrir la propia vida al sentido trascendente, elevar el pensamiento para que no se vea arrastrado por el utilitarismo y las modas, ser nosotros mismos.
Sólo existe un problema, que quienes deben proponer estos objetivos, los adultos, padres y educadores, estén convencidos de ello y sean consecuentes, para que el ejemplo del esfuerzo personal sea un aliciente para las generaciones futuras. El futuro existe porque es presente, pero hay que recuperar ese sentido positivo de la existencia. La vida vale la pena, pero exige esfuerzo y generosidad.
Hay que recuperar la figura del maestro, de alguien que tiene algo que proponer, de alguien que se plantea antes de cada clase, quién es y de alguien que transmite ese afán de saber a los demás. Es la recuperación de la “curiosidad” medieval, para llegar al estudio profundo de las cosas. El maestro no sólo informa, relata, aplica su propia vida a la materia que imparte, le da un sentido.
Es una transmisión creativa que une la vida a la experiencia, y convierte la escuela en un puente entre el pasado y el presente. Se acepta el mundo con su finitud, todo se convierte en un descubrimiento, en un acontecimiento, y se introduce a la persona en la realidad, punto esencial de la formación y del aprendizaje.
Fuente: forumlibertas
Era un provocador con un gran sentido de la realidad y con una sensibilidad exquisita para predecir proféticamente los acontecimientos, porque pensaba que la persona humana cambia las circunstancias pero no cambia demasiado en su interior.
Criticaba el poder de los medios de comunicación como verdaderos dueños del Estado y como dictadores de las conciencias de los ciudadanos, y proponía una prensa libre y preparada, unos medios de comunicación que educaran a la población, creando opiniones y discusiones profundas sobre las situaciones y problemas que preocupan a los hombres. En este contexto podemos situar esta reflexión sobre la importancia de la educación y sobre la defensa de la libertad.
Los Estados intervienen más que nunca
Nunca se había hablado tanto de los derechos individuales y de las libertades como hoy, y nunca los Estados y sus respectivos gobiernos habían intervenido tan directamente para controlar esa libertad. El ejemplo más evidente está en el mundo de la educación. Se confunde la enseñanza, el simple transmitir conocimientos, con educar, con la formación de la personalidad, la autonomía de la persona hacia sus objetivos, y la ayuda que esa persona recibe para hacer ese camino en busca de su felicidad.
Se habla de la necesidad de vivir para ser, pero se prepara para vivir para tener. Parece que el pragmatismo lo invade todo, y que el valor de lo que pensamos y hacemos está en su utilidad inmediata. Eso no es educar.
Las causas de esta contradicción son muy claras; el problema comienza desde el Renacimiento y se desarrolla en el siglo XVIII, cuando el racionalismo mal interpretado, elimina de la persona humana toda capacidad que no sea racional, y aplica al hombre la condición de ser autónomo, un nuevo humanismo por encima del bien y del mal, un humanismo lleno de subjetivismo, en el que los límites se definen a gusto del consumidor.
Algunos analistas han llamado a todo este proceso de varios siglos, la crisis del hombre europeo, la crisis de Occidente, una falta de referencias que nos permiten seguir adelante.
En el ámbito educativo, estos problemas se acentúan porque el Estado y las instituciones se enfrentan entre sí para defender, y a menudo imponer, su modelo de persona y de sociedad. Dicen que quien controla la enseñanza hoy, controla la sociedad de mañana. No falta razón a esta afirmación.
Aunque convendría profundizar largamente en estas observaciones, es adecuado presentar un conjunto de soluciones, reales, posibles, que tenemos entre las manos y que a menudo olvidamos, porque de ser tan obvias, no las sabemos ver.
La causa: una revolución desmitificadora
La degradación progresiva de la escuela y de la cultura en general, literatura, arte, música, han sido el resultado de un proceso revolucionario y desmitificador, que tuvo sus modelos en los años 60, con los movimientos estudiantiles, apoyados por grupos de intelectuales, que pretendieron acabar con todo sin poner nada a cambio.
Se ha abusado de la didáctica y se ha abandonado el estudio y la cultura del esfuerzo. Se ha impuesto una visión igualitaria, absurda, que premia la vulgaridad e iguala en la inutilidad, como si el destacar por méritos propios fuera negativo y atentara contra la vulgaridad de los demás.
Y se han perdido los puntos de referencia, los clásicos, pero no sólo los clásicos de Grecia y Roma, sino los modelos de referencia de todas las épocas. Hay que seguir la tradición para explicar el presente y avanzar hacia un futuro mejor, no la tradición como nostalgia inútil del pasado que ya fue.
La solución está en escribir, leer y pensar; en recuperar el sentido de lo que hacemos, el plantear objetivos claros y en ayudar a los jóvenes a seguir adelante, porque si los adultos no se implican en el proyecto, los jóvenes, por sí solos, no podrán hacer el camino.
En los últimos tiempos parece declarada una guerra contra la literatura, el arte y la música, y sobre todo, contra la historia, convertida en mito y en símbolos en manos de los políticos, no como maestra de la vida.
Se ha pervertido el lenguaje para pasar a una post-modernidad vacía de contenido, sin mensajes, y sin significado. Un mundo nihilista y pragmático que elimina todo lo que se debe conservar, toda tradición como punto de referencia, y convierte la cultura en un testimonio de problemas personales, cuando los autores clásicos, son “clásicos” porque presentan las pasiones humanas, el drama y el gozo de la existencia, muy próximos a nosotros, y muy reales. Hoy, la cultura de consumo, no presenta nada, solamente el éxito editorial y la popularidad.
Educar para ser, recuperar lo clásico
Ese es el camino a seguir: educar para ser, recuperar lo clásico como referencia, marcar objetivos y realizar el esfuerzo para llevarlos a cabo, enseñando a los jóvenes que ese camino vale la pena, y que la verdadera felicidad está en la verdad de lo que se propone y de lo que se sigue.
Siempre el mismo guión, el hombre en busca del sentido, encontrar el sentido de la propia existencia, abrir la propia vida al sentido trascendente, elevar el pensamiento para que no se vea arrastrado por el utilitarismo y las modas, ser nosotros mismos.
Sólo existe un problema, que quienes deben proponer estos objetivos, los adultos, padres y educadores, estén convencidos de ello y sean consecuentes, para que el ejemplo del esfuerzo personal sea un aliciente para las generaciones futuras. El futuro existe porque es presente, pero hay que recuperar ese sentido positivo de la existencia. La vida vale la pena, pero exige esfuerzo y generosidad.
Hay que recuperar la figura del maestro, de alguien que tiene algo que proponer, de alguien que se plantea antes de cada clase, quién es y de alguien que transmite ese afán de saber a los demás. Es la recuperación de la “curiosidad” medieval, para llegar al estudio profundo de las cosas. El maestro no sólo informa, relata, aplica su propia vida a la materia que imparte, le da un sentido.
Es una transmisión creativa que une la vida a la experiencia, y convierte la escuela en un puente entre el pasado y el presente. Se acepta el mundo con su finitud, todo se convierte en un descubrimiento, en un acontecimiento, y se introduce a la persona en la realidad, punto esencial de la formación y del aprendizaje.
Fuente: forumlibertas
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