El libro de Hawking reabre un viejo debate. En la historia del pensamiento reciente abunda la bibliografía que avala la tesis de un ser superior
Este artículo será útil en clases de Filosofía y Religión en los niveles de Bachillerato y final de la ESO. Se puede acompañar de un breve cuestionario o de un diálogo posterior.
La cuestión de Dios está de moda. La multiplicación y el desarrollo de las ciencias han ofrecido más argumentos para pensar a Dios. Los científicos han buscado cómo era posible que Dios se engarzara con sus descubrimientos o han afirmado que es imposible que haya algo más que lo que se descubre siguiendo el método científico. Hay autores, por ejemplo Ermanno Bencivenga, que se atreven a escribir libros enteros para estudiar la demostración de su existencia al estilo de los clásicos («La dimostrazione di Dio. Come la filosofia ha cercato di capire la fede», 2009). Otros prefieren las demostraciones clásicas renovadas por el avance espectacular que la cosmología física ha conocido, caso de Francisco Soler Gil («Dios y las cosmologías modernas», 2005). Las conclusiones son contrapuestas, pero el proceso lógico que han seguido y el rigor de sus planteamientos permiten advertir que estamos ante un tema central.
Los filósofos saben que no basta redactar con claridad y rigor. Es necesario discutir los argumentos contrarios. Los argumentos ateos pueden resumirse en dos: uno, que Dios no es necesario –es la crítica naturalista–, y el otro, que si existe el mal –o al menos algunas clases específicas o determinadas cantidades de mal–, entonces no puede existir un Dios bueno, sabio y omnipotente. El argumento a partir del mal requiere la objetividad del mal, no basta definir qué es el mal, sino probar su existencia en concreto.
Puede pensarse que se trata de cuestiones abstractas, pero la realidad es que el filósofo ateo quizá más importante del siglo. XX, Antony Flew, se ha convertido racionalmente al teísmo, siguiendo la evidencia hasta donde ésta quiera conducirnos («There is a God: how the world’s most notorious atheist changed his mind»; con Roy Abraham Varghese, 2007. La consistencia y la racionalidad de las leyes de la naturaleza, el ajuste fino de las constantes físicas del universo que permite la existencia de un ser inteligente, el origen del universo en el big-bang, y, finalmente, la rica información organizada necesaria para la vida permiten elaborar una fuerte demostración a favor del teísmo.
Hace pocos años ha surgido «el nuevo ateísmo», compuesto por filósofos como Daniel C. Dennet («Breaking the spell: religion as a natural phenomenon», 2006) y Michael Onfray («Tratado de ateología: física de la metafísica, 2006); por divulgadores científicos como Richard Dawkins («El espejismo de Dios», 2007); y por críticos culturales como Christopher Hitchens («Dios no es bueno. Alegato contra la religión», 2008) o Sam Harris («El fin de la fe. La religión, el terror y el futuro de la razón», 2007). A medida que han alcanzado popularidad se han radicalizado, y no siempre se expresan con la mesura y equilibrio requerido en una empresa intelectual ni con la sutileza y la finura de un pensador que ama el diálogo. Les caracteriza la crítica moral al cristianismo. Pero crítica no significa discernimiento, sino ataque. Su reduccionismo científicista es una tarea complicada que no se acomoda a una concepción moral fuerte: si el hombre es sólo un ser como cualquier otro del universo, ¿por qué posee dignidad? Además, sin esa moral, ¿a partir de dónde y con qué fuerzas se desarrollará una nueva cultura atea? Y, sobre todo, ¿a dónde quieren conducirnos? Da la impresión de que es un fenómeno puramente reactivo y parasitario del cristianismo. En realidad, parece que pretenden únicamente llegar a poseer el poder político que atribuyen a la religión.
Respuestas más mesuradas
A la dureza de sus críticas no le han faltado respuestas, en general más mesuradas. Podemos destacar a Scott Hahn que ha escrito «Answering the New Atheism: Dismantling Dawkins’ Case Against God (2008), a William Lane Craig y su «God Is Great, God Is Good: Why Believing in God Is Reasonable & Responsable (2009) y a Alister McGrath que ha afrontado un largo diálogo con «Dennett: The future of Atheism : Alister McGrath and Daniel Dennett in dialogue» (2008).
Los científicos, como los filósofos, se dividen en creyentes y ateos. No se trata de una división equilibrada, ni de hallar porcentajes en encuestas al efecto. La cuestión es más profunda. En primer lugar, la ciencia ha surgido allí donde la creencia en la racionalidad del universo basada en la libre creación divina se había asentado en la cultura y había moldeado el pensamiento y espoleado el deseo de saber cómo había hecho Dios el mundo. También conviene destacar que casi todos los grandes científicos han sido estimulados por su fe a desarrollar la ciencia. Tenemos el ejemplo de Francis S. Collins («¿Cómo habla Dios? La evidencia científica de la fe», 2007): un científico, jefe del proyecto Genoma, convertido al cristianismo en la madurez y que intenta pensar su fe junto con la ciencia de una manera «enteramente plausible, intelectualmente satisfactoria y lógicamente consistente».
Entender desde la ciencia
La cuestión crucial que está en juego es si realmente el hombre puede entenderse a sí mismo sólo desde la ciencia que ha desarrollado o si él mismo en cuanto persona libre y creativa no queda aparte del objeto de la ciencia y más allá de lo que su método permite alcanzar. El naturalismo podría caracterizarse, por contraposición, como aquella filosofía según la cual la ciencia positiva puede llegar a saberlo todo. La discusión sobre el naturalismo centra una buena parte del esfuerzo de pensadores tanto ateos como creyentes (Steward Goetz, «Naturalism», 2008; «Science and religion in dialogue», 2010).
Los científicos y los filósofos son profesionales del diálogo crítico y no temen cruzar sus armas en debates privados y públicos, por escrito o delante de las cámaras de televisión. En el ámbito americano, un experto es William Lane Craig que ha protagonizado debates, entre otros, con Walter Sinnott-Armstrong («God? A Debate Between a Christian and an Atheist», 2004), Anthony Flew («Does God exist?», 2003) y Christopher Hitchens (2009). En el ámbito español podemos encontrar el de Francisco Soler Gil con Martín López Corredoira que se titula «¿Dios o la materia?» (2008). En Italia el debate es encabezado casi siempre por Paolo Flores d’Arcais que se ha medido, entre otros, con Joseph Ratzinger («¿Dios existe?», 2008), con Angelo Scola (Dio? Ateismo della ragione e ragioni della fede, 2008), pero siempre da la impresión de que quiere llevar razón.
Este diálogo es imprescindible para la vida cultural de una civilización y se desarrolla aunque los que participan no sean ni creyentes ni ateos, porque a todos concierne el interés de la religión o el valor de su rechazo. Esta confrontación sólo tiene sentido si seguimos buscando la verdad. Al evaluar los diferentes argumentos, discriminando sobre su valor relativo, podemos descubrir mejores modos de sostener nuestras creencias e insistir de modo más eficaz en sus aplicaciones prácticas para hacer más humana la vida.
Enrique Moros
Profesor de Metafísica. Universidad de Navarra
La Razón 09/09/2010
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